La relación entre el hombre y la inteligencia artificial (IA) es compleja y multifacética. En muchos casos, la IA se está utilizando para automatizar tareas repetitivas o peligrosas, lo que permite a los humanos concentrarse en tareas más importantes y creativas. En otros casos, la IA está desempeñando un papel cada vez más importante en la toma de decisiones y en la resolución de problemas complejos.
En general, creo que la relación entre el hombre y la IA será una combinación de reemplazo y adaptación. Por un lado, la IA ya ha reemplazado muchos trabajos que antes eran realizados por humanos, como los trabajos de fábrica y los trabajos administrativos. En el futuro, es probable que la IA continúe reemplazando trabajos que son repetitivos y que no requieren una toma de decisiones significativa.
“Muchos de nosotros moriremos acariciando una máquina y siendo acariciados por ella”. Predicciones de tal calibre provocan una cierta sacudida interior en la mayoría de las personas. Que las máquinas aparezcan al final de nuestra vida no implica en principio mayor asombro que su presencia a lo largo de los demás instantes de cada biografía humana.
Sin embargo, la atribución de una manifestación tan genuinamente personal como la compasión y el cariño a una máquina, en un momento tan singular como la muerte, plantea en toda su radicalidad la especificidad del ser humano, de los ingenios artificiales y del tipo de relaciones que puedan darse entre ambos.
En resumen, la relación entre el hombre y la IA será compleja y evolutiva. A medida que la IA continúe desarrollándose, es probable que siga reemplazando algunos trabajos, pero también creará nuevas oportunidades para los humanos en otros campos. Por lo tanto, es importante que los individuos y las empresas se adapten a estos cambios y busquen formas de aprovechar al máximo la tecnología en lugar de resistirla.
Lo peculiar del ser humano es su capacidad de conocimiento intelectual; y es esta capacidad la que permite el desarrollo de la técnica y de todo el campo que llamamos inteligencia artificial (IA). El conocimiento intelectual, que comienza con la abstracción, permite concentrarse en aspectos y dinámicas particulares de la naturaleza para poder hacer juicios certeros –a veces después de mucho esfuerzo— sobre comportamientos futuros de la realidad natural. La inmaterialidad del conocimiento intelectual permite salir del peligroso círculo de “ensayo y error” que caracteriza las adaptaciones finalmente exitosas a partir de mutaciones genéticas aleatorias. El ser humano puede planificar el porvenir y adaptar, parcialmente, el mundo a su alrededor. En particular, podemos transformar parte de la naturaleza en artefactos que sirvan a nuestras necesidades.
Pero la capacidad intelectual del hombre no es absoluta ni se ejerce nunca de manera perfecta. No es capaz de englobar mediante una única intuición el dinamismo natural que, para él, al igual que su origen, sigue siendo un misterio. El hombre se experimenta a sí mismo como dado, como naturaleza. Puede, parcialmente, conocer intelectualmente las dinámicas naturales y beneficiarse de ese conocimiento para mejorar en direcciones específicas los resultados de la evolución biológica. Puede “acelerar” el crecimiento de algunas ramas del árbol de la vida. Pero no puede suplantar la evolución misma del universo en su totalidad.
Por otro lado, también creo que la IA, está creando nuevas oportunidades para los humanos, particularmente en áreas que requieren habilidades creativas y de pensamiento crítico. Por ejemplo, la IA puede ayudar a los diseñadores a crear modelos más eficientes o a los escritores a generar ideas más innovadoras. Además, la IA también puede ser utilizada como una herramienta para mejorar la educación y la formación, lo que puede ayudar a las personas a adquirir las habilidades necesarias para trabajar en un mundo cada vez más impulsado por la tecnología.